Misión cumplida, jueces y juezas dominicanos

0
111

«Un ser que sufre en silencio y sin auxilio cuando la maledicencia revuelca su nombre por los contenes de la deshonra, sin darle como caballero, el beneficio de la duda que le exigen que utilice inexcusablemente con la persona que juzga». 

La semana pasada se llevó a cabo el proceso de evaluación de los aspirantes a ocupar las llamadas altas cortes, entre los que se encontraban jueces de distintas jerarquías y jurisdicciones, miembros del Ministerio Público y abogados en ejercicio

Cabe resaltar el riguroso orden con que fue organizada la actividad en la  que cada participante tuvo la oportunidad de mostrar sus competencias, tanto personales, intelectuales, como académicas 

Pero lo más notorio fue el derroche de talento que desfiló por el escenario, por parte de los miembros del Poder Judicial

Aún cuando hubo buena participación tanto de abogados como de los miembros del Ministerio Público, era notoria la supremacía de los jueces en sentido general

Los miembros del Poder Judicial se destacaron por su gran preparación, su acrisolada capacidad de análisis, y su evidente actualización sobre los temas jurídicos de más impacto.

El escenario sirvió para que los ciudadanos conozcan un poco más de nosotros, sobre quiénes somos y lo que hacemos; y más que eso, cuáles con las condiciones de aptitud que tenemos para llevar a cabo nuestra honorabilísima función.

Puedo asegurar que a partir de este proceso los ciudadanos tienen una opinión diferente de las condiciones y competencias de los jueces del país.

Esperamos que esta nueva visión de los ciudadanos acerca de los jueces  desplace la vieja y manida costumbre de valorarlos por las estrategias negativas o positivas que elaboran sectores interesados, al comentar  la sentencia de turno.

El juez es mucho más que una sentencia. Es un ser conectado con los valores esenciales del alma humana, con la armonía integral que le permite manejarse dentro de la sociedad como un elemento de permanente construcción de los procesos de paz y de institucionalidad, un ser humano con una amplia vocación para juzgar sin cuestionar, consciente de las infinitas pasiones que interactúan en el alma. Un ser que sufre en silencio y sin auxilio cuando la maledicencia revuelca su nombre por los contenes de la deshonra, sin darle como caballero, el beneficio de la duda que le exigen que utilice inexcusablemente con la persona que juzga.

Siempre he tenido la convicción que la falta de conocimiento que tiene la sociedad sobre los jueces, no ha permitido que seamos valorados objetivamente en una justa dimensión.

La sociedad sólo sabe de los jueces cuando dictan una decisión de la que la prensa se hace eco, ya por sabia, ya por desatinada, según el criterio subjetivo del interés del momento. 

La sociedad debe saber que existe una legión de hombres y mujeres consagrados a sus sagradas funciones de hacer justicia, con dignidad, con una entrega que a la mayoría les aparta de los procesos de la vida familiar y social, jueces en cuerpo y alma que con su accionar dignifican la toga cada día, labrando el camino de la Justicia.

Son hombres y mujeres con tan alto sentido de la ética profesional que desdeñan de las conocidas estrategias de proyección personal y de acercamiento con factores de promoción, aun cuando están plenamente conscientes de que quienes lo hacen recorren más rápido el camino.

Por eso es muy favorable que la sociedad haya visto los jueces sin rostros y sin nombres, aquellos que no se mencionan nunca, que son totalmente desconocidos para la sociedad,  pero que tiene una estirpe de entereza y dignidad que si existiera la mera posibilidad de que algún día la gente valga por sus positivas condiciones y no por otra cosa, eso sólo bastaría para enfrentar con eficacia todos los males que nos aquejan.

Le toca a la sociedad ahora decidir si permitirá que los procesos se manejen sólo con los menos o abogará para que se les dé la misma oportunidad a los más, conscientes de que los más no abandonan la utopía de avanzar por la vida recorriendo el camino de Cristo, con la firme decisión de permanecer en puerto, si para navegar tiene que someterse a los vientos de los intereses políticos y grupales.