Por: José Eduardo Martínez Pichardo
La delincuencia está arropando todos los niveles de la sociedad.
Le delincuencia y la criminalidad han existido desde el momento en que existió la humanidad, recordemos el caso de Caín y Abel. Podemos decir que la existencia de la delincuencia y la criminalidad ha sido considerada normal y aceptable en la sociedad, el problema de la criminalidad y la delincuencia surge cuando se convierte en inmanejable o incontrolable a tal punto que los que la ejercen pierden el miedo y el pudor.
La Constitución Dominicana del año 2010 en su artículo 8 expresa: “es función esencial del Estado, la protección efectiva de los derechos de la persona, el respeto a su dignidad y la obtención de los medios que le permitan perfeccionarse de forma igualitaria, equitativa y progresiva, dentro de un marco de libertad individual y de justicia social, compatibles con el orden público, el bienestar general y los derechos de todos y todas”.
El Estado es de por si el responsable de la seguridad ciudadana. Es el responsable de salvaguardar los derechos fundamentales de las personas.
Con la delincuencia en niveles incontrolables no hay seguridad ciudadana y peor aún: cuando la población no confía en los sistemas de justicias existentes fruto del descredito en el que han caído por el desorden jurídico imperante, entonces empiezan a manifestarse acciones tan hostiles y tan primitivas como el tomar la justicia en sus manos de una manera tal que nos traslada al primitivismo, mucho más allá del siglo 17 antes de nuestra era que es cuando se tiene conocimiento de la composición del Código Babilónico de Hammurabi, el cual tiene la más remota compilación de leyes conocidas y en él se encuentra ya la Ley del Talión.
La ley del Talión representó un gran avance en comparación con la venganza ilimitada anterior, porque estableció al menos una proporcionalidad entre el daño inferido y la represalia de la víctima.
El retroceso al que estamos cayendo es más allá de la existencia de la Ley del Talión cuando vemos casos como linchamientos por robos (la Ley del Talión preveía corte de una mano al que robaba); el general retirado apodado ahora “El Ranger” ajusticia a un asaltante por haberlo herido (la Ley del Talión consideraba un castigo de igual magnitud al daño causado). Los ejemplos abundan, y lo peor de todo es que vemos que la población común encuentra en estos métodos la mejor forma de acabar con la delincuencia.
Ante este panorama hay que afirmar que estamos trasladándonos al primitivismo.
Hay que hacer un llamado a las autoridades: si quieren detener este retroceso atroz, se deben crear mecanismos para frenar la delincuencia, hay que establecer un verdadero orden jurídico y recuperar la confianza de la población haciendo justicia a todos los niveles.