Cuando en 1993 los conocidos policialmente como »Niño A» y »Niño B» mataron al pequeño James Bulguer de dos años, el suceso dio la vuelta al mundo. Pero por desgracia desde entonces los asesinatos cometidos por niños ingleses se han reiterado. El último es el que llevaron a cabo dos adolescentes de Hartlepool, en el Noroeste de Inglaterra, de 13 y 14 años, que mataron con doscientos golpes en diciembre de 2014 a Angela Wrightson, una mujer alcohólica de 39 años.
El ensañamiento fue brutal: la golpearon durante cinco horas con todo lo que tenían a su alcance, entre risas, »selfies» y chats telefónicos con sus amigos. El jurado de un tribunal de Leeds las declaró »culpables» el lunes, tras cuatro horas de deliberación, Rompieron a llorar desconsoladamente tras escuchar el veredicto.
El magistrado Globe que juzga el caso les advirtió de que encaran »penas de cárcel de por vida», Pero ha aplazado a este miércoles o jueves su sentencia, debido al estado emocional de las menores, ambas de 15 años en la actualidad.
Angela Wrightson era una persona arrasada por sus problemas con la bebida, que a veces se prestaba a comprar tabaco y alcohol para menores de edad. Las dos niñas que acabaron con su vida se servían de ella para esos trámites y mantenían un trato frecuente. En diciembre de 2014 se presentaron en el domicilio de la víctima a las siete y media de la tarde, y no salieron hasta las once de la noche. Luego volvieron de dos a cuatro de la madrugada, »a comprobar si estaba muerta». Las cámaras de vigilancia callejeras las han grabado entrando entre risas.
El relato de su explosión de violencia y torturas ha sobrecogido al jurado, los familiares y la prensa. Se ensañaron durante horas, con patadas y puñetazos en su rostro, y la golpearon con un florero, un hervidor de agua, una impresora y un televisor, mientras la víctima rogaba por su vida entre llantos. Las adolescentes llegaron a hacerse autofotos que enviaron por las redes sociales. También telefonearon a amigos, a los que una de las asesinas dijo »vamos a matar a la jodida», mientras se escuchaban carcajadas por detrás de la otra. En una de las autofotos se ve a la víctima todavía viva y con el rostro lleno de hematomas.
Durante el juicio las dos niñas se han culpado mutuamente de lo sucedido. La más joven podría haber animado a la mayor, de coeficiente intelectual limitado, según los forenses. Los psiquiatras judiciales han dictaminado que en el momento de los hechos «su mente no funcionaba con normalidad» y sufría desórdenes emocionales y de conducta. Sin embargo, advierten de que esos trastornos no le impedían conocer la naturaleza de su conducta y sus consecuencias.