Lula, el amigo por el que algunos ponen “la mano en el fuego”

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SAO BERNARDO DO CAMPO (Brasil). Corría el año 1968 en Brasil y Luiz Inácio Lula da Silva estaba aún lejos de convertirse en presidente. Era tornero mecánico y coqueteaba con el sindicato de los metalúrgicos. Allí conoció a Gijo y Nelson, quienes hoy ponen “la mano en el fuego” por la inocencia de su amigo.

Gijo -Juno Rodrigues para los desconocidos- guarda sus 48 años de amistad con Lula en un álbum negro. En su interior hay recortes de periódico y fotografías que cuentan la historia política de uno de los líderes más carismáticos de Latinoamérica, hoy cercado por la Justicia.

En la primera instantánea del cuaderno Lula se abraza a una bandera de Brasil. La foto se remonta a octubre de 2002, cuando el exmetalúrgico consiguió una gesta casi impensable para el Partido de los Trabajadores (PT) y avanzó a la segunda vuelta de las elecciones frente al entonces candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), José Serra.

Sentado en una de las mesas del bar del que hoy es propietario, en la localidad de Sao Bernardo do Campo, Gijo pasa con cuidado la hojas del álbum y se detiene en el convite que le hizo Lula para su investidura como presidente, en 2003.

Desde que llegó a su casa aquella invitación han pasado más de 13 años y la popularidad de Lula se ha visto empañada por un caso de corrupción por el que el expresidente será ahora juzgado.

A pesar de las acusaciones que recaen sobre él, Gijo cree que el “baiano”, como apodan a Lula sus amigos más íntimos, sigue “siendo el mayor líder de los trabajadores” en Brasil y será elegido de nuevo presidente si se presenta a las elecciones de 2018.

“Esto no es el fin de Lula, es el comienzo de un nuevo líder”, asegura Gijo.

En uno de los recortes de periódico aparece una fotografía en blanco y negro de la boda entre Lula y Marisa Leticia, su segunda mujer, y en ella está presente el padrino del enlace, Nelson Campanholo.

Al ver la imagen Gijo echa mano del teléfono, llama a su colega y Campanholo aparece en el bar en menos de media hora para defender a Lula, como ya hizo en la época en la que ambos eran sindicalistas y estaban en la línea de frente de la huelga del 78.

“Nosotros ponemos la mano en el fuego por Lula. Ponemos hasta el cuerpo. Él no es corrupto”, subraya Campanholo, quien colaboró junto con Gijo, Lula y otros compañeros en la creación del PT, fundado en 1980.

Campanholo dice estar seguro de la inocencia de Lula, pero señala que si en algún momento se comprobase la implicación de su amigo en la trama corrupta de Petrobras “tendría que pagar por ello”.

“Si es verdad será la mayor decepción del mundo, pero primero lo tendrán que probar”, comenta.

El exmandatario, denunciado por corrupción y lavado de dinero, fue acusado por la Fiscalía de ser el “máximo comandante” de la red corrupta que desvió millones de Petrobras entre 2004 y 2014, por la que ya han sido condenados políticos, ejecutivos de la petrolera y directivos de la compañía.

El juez Sergio Moro, de Curitiba, aceptó el martes la denuncia y abrió un proceso contra el exmandatario, quien gobernó Brasil entre 2003 y 2010.

Para Campanholo, quien sugirió el nombre de Lula para la presidencia del sindicato de los metalúrgicos del ABC en 1975, las denuncias contra su amigo tienen una “base política” que busca apartarlo del escenario electoral de 2018.

En caso de que Lula fuera condenado por Moro en primera instancia y por el Tribunal Regional Federal en segunda, Lula quedaría inhabilitado para presentarse a cargos públicos por un periodo de ocho años, según establece la ley brasileña.

“Lula no tiene nada que ver en todo eso pero le quieren cazar para los próximos ocho años”, asegura.

A pesar de todo, Lula está “tranquilo”, según dicen sus amigos, porque “está seguro de que no le debe nada a nadie”.

El Lula de hoy, cuentan, es el mismo que el de hace medio siglo, “amigo, seguro, compañero”, pero confiesan, como hinchas del Palmeiras, que el único defecto del exmandatario es ser del Corinthians.

El bar de Gijo, donde tiene lugar la conversación con Efe, está situado a cuatro kilómetros de la casa de Lula, pero señalan que por motivos “laborales y de seguridad” el exmandatario paso poco por ahí.

Tampoco es común verlo por el barrio donde vive en Sao Bernardo do Campo, una ciudad de clase media situada en el interior de Sao Paulo, en el cinturón industrial donde Lula creció como líder obrero y político.

“Nunca he visto a Lula por aquí y vivo desde el 98 en este barrio”, comenta José Benedito, quien asegura que vota por el exsindicalista desde la década de los 80 y lo volvería a hacer en 2018 si se presentase, “a pesar de que muchas cosas han cambiado desde entonces”.

En el interior de una cafetería, situada en la misma calle donde se levanta el edificio en el que vive Lula, nadie ve al expresidente desde hace años.

“Gracias a Dios”, comenta uno de los camareros. Y añade, sin entrar en detalles: “Estoy muy decepcionado con él”.