Para acceder a la vivienda de Hamsel Arias Cornielle hay que entrar por un estrecho callejón ubicado en el respaldo María Montez, del sector Capotillo. Al final de este, en medio de un patio delantero, sus restos estaban en un ataúd gris rodeado de una multitud.
Todos querían estar cerca y se asomaban al mismo tiempo para ver el rostro del joven que horas antes había sido ultimado junto a otro durante un tiroteo lanzado por miembros de la Dirección General de Control de Drogas (DNCD).
Arias Cornielle, de 26 años, se levantó a la 1:00 de la madrugada de ayer como cada día para ordenar las piñas que vendía desde temprano en el mercado de la avenida Duarte. Sin embargo, a las 3:00 de la madrugada, murió a tiros durante un operativo realizado por la DNCD.
Su pareja sentimental, Carolina Cruz, de 20 años, nunca se despegó del ataúd que estaba sostenido por dos sillas plásticas. La voz no le salía y solo mantenía la mirada fija al rostro del padre de sus tres hijos, de cuatro años, un año y dos meses de edad.
Momentos después la jovencita se reanimó, levantó el rostro y dijo las siguientes palabras: “Estoy recién parida y tengo otros dos niños con él. Yo solamente quiero que hagan justicia, miren al niño que él dejó de dos meses huérfano por culpa de los policías”.
A diferencia de otros velatorios este mantuvo un bullicio. Los comunitarios vociferaban la palabra “justicia”, junto a frases en las que mencionan que era un hombre trabajador y serio, y no un delincuente.
En ese instante arribó uno de sus amigos, quien también es vendedor de piñas, y uno de los testigos del hecho.
“La DNCD llegó a las dos y pico de la mañana, entraron a la 42 y no se metieron con ningún piñero. Salieron a eso de las 3:10 y parece que una persona tiró una botella y eso fue todo para que ellos empezaran a hacer su carnicería”, declaró el hombre solo conocido como Johnny.
Continúo su reclamo diciendo que los agentes atacaron indiscriminadamente.
“Ellos no pensaron que había gente joven, que había gente vieja, que había gente seria. Ellos empezaron como si fueran unos cerdos, y a pesar de que uno quería acercarse a darle apoyo y llevárselo al médico lo único que decían era que al que se moviera le rompían la cabeza también”, dijo el joven que conocía a Hamsel desde la infancia.
La otra víctima
La otra víctima mortal, Porfirio Sánchez Estévez, de 45 años, se trasladaba desde Cotuí al mercado a comercializar las piñas, según contó Johnny.
Los residentes no permitieron que la madre viera a su hijo en el ataúd. Sin embargo, el padre, Fermín Arias, sí estaba. También lo describió como un joven trabajador que solo quería sacar adelante a sus tres hijos. “Ellos no se llevaron a ningún tigre de los que habían planeado llevarse preso, sino a los que estaban trabajando. Lo de ellos fue contra los piñeros, no con el tigueraje de ahí adentro”.
Tras la balacera tres de los lesionados fueron trasladados al Hospital Francisco Moscoso Puello. Neifi de Jesús Sena Pérez, de 18 años, era el del estado más crítico. Recibió un disparo en la cabeza. Su madre, Marleny Pérez Pérez, lo definió como un joven trabajador que laboraba en el mercado desde hace cuatro años.
“Las autoridades no pueden estar tirando tiros a lo loco”, comentó mientras su hijo estaba postrado en una camilla de la sala de emergencias.
Al lado de este también estaba Mariano Sánchez Vásquez, hermano de una de las víctimas mortales, sentado en una silla de ruedas. Su condición de salud no le permitió emitir opinión, pero repetía “ellos mataron a mi hermano”.