RIO DE JANEIRO. Horas después que los senadores votaran su suspensión para someterla a un juicio político, la primera presidenta mujer de Brasil fustigó a sus enemigos por hacerla “víctima de una gran injusticia” y prometió luchar con todas sus fuerzas para conservar su mandato.
“Luche durante toda mi vida y seguiré luchando”, dijo Dilma Rousseff, una ex guerrillera marxista, con aspecto exhausto y demacrado en su última conferencia de prensa.
Desde entonces, prácticamente ha desaparecido de la escena, en el giro más reciente de uno de los dramas políticos más extraños y polarizadores de Brasil en los últimos años.
Mientras el presidente interino se acomoda en la oficina presidencial, nombra a los nuevos miembros del gabinete y anuncia cambios rápidos en la economía más grande de la región, Rousseff permanece encerrada en el enorme Palacio da Alvorada, donde se le permite residir durante su suspensión y a la espera del juicio en el senado que decidirá su suerte.
No ha aparecido en público ni realizado actos para dar ánimos a sus seguidores. Ha reducido los paseos en bicicleta que se habían convertido en un rito matutino y lo que era un torrente de mensajes en Twitter se ha vuelto un chorrito, en el que repite los mismos argumentos contra la destitución que viene haciendo desde hace meses.
Los analistas dicen que aunque está resuelta a combatir un proceso que denuncia como un “golpe de estado” por enemigos ávidos de poder, tiene escasas opciones. Rousseff y su Partido de los Trabajadores, o PT, trataron de combatir el impeachment paso a paso y sufrieron derrota tras derrota.
“No es mucho lo que puede hacer” dijo Ivar Hartmann, profesor de derecho en la Fundación Getulio Vargas de Río de Janeiro. “Lo único que podría salvarla no depende de lo que puedan hacer ella o el Partido de los Trabajadores sino de un mal desempeño del presidente interino Michel Temer”.
Por el momento parece que Rousseff se limita a esperar a ver qué pasa.
El martes se reunió con senadores que votaron contra la suspensión y se dijo que lucía serena y confiada en poder recuperar el apoyo de los que votaron a favor de destituirla.
“El gobierno interino está cometiendo error tras error y la población no se siente representada por sus propuestas”, dijo el senador Humberto Costa al diario Folha de S Paulo.
Cuando comenzaron las gestiones para suspenderla, hace un año, la destitución parecía una improbabilidad lejana. Pero el proceso superó un obstáculo tras otro y fue adquiriendo impulso a medida que derrotaba los esfuerzos reiterados del PT para detenerlo.
Los aliados de Rousseff en el Congreso nunca lograron el apoyo necesario para derrotar la medida en las cámaras. El 12 de mayo, el sector pro destitución logró bastante más que la mayoría simple necesaria para suspender a la presidenta y un voto más del mínimo de 54 necesario para destituirla permanentemente mediante el juicio político.
Temer, su compañero de fórmula convertido en némesis, asumió inmediatamente y permanecerá en funciones durante el juicio, en los próximos seis meses.
La acusación formal es que Rousseff realizó maniobras contables para ocultar déficit presupuestales y apuntalar su gobierno. Sostiene que gobiernos anteriores tomaron medidas similares y que el verdadero motivo de la destitución es el intento de la elite tradicional para recuperar el poder.
Sus abogados han apelado reiteradamente al Tribunal Supremo Federal, la corte más alta del país, pero siempre en vano.
Rousseff ha tratado de ganarse a la opinión pública con el argumento de que las elites furiosas están empeñadas en derrotar a un gobierno que se ha dedicado a mejorar la suerte de los pobres.
Pero también ha fracasado en esto, ya que según las encuestas, la mayoría de los brasileños apoyan su destitución.
“Mi suspensión no sólo es un asunto legal sino también político”, dijo Rousseff el viernes pasado en sus últimas declaraciones públicas hasta el momento. “Por eso deberemos defendernos política y legalmente”.
Cuesta imaginar qué podrá hacer en los próximos meses para evitar la destitución. Hasta el momento, el país parece aceptar la caída de Rousseff y el ascenso de Temer.
El presidente interino ha recibido críticas fuertes por nombrar un gabinete exclusivamente de hombres blancos. También se le critica por elevar los impuestos y reformar el sistema de pensiones. Cuando dio una entrevista el domingo por la noche al canal de noticias Globo, vecinos de varias ciudades salieron a realizar cacerolazos e impedir que se escuchara la transmisión.
Paulo Fassoni Arruda, profesor de ciencias políticas en la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo, pronostica un arduo camino para Temer.
“Tiene mucho más apoyo en el Congreso que en la sociedad en general”, dijo Arruda, y añadió que algunas de sus decisiones de la semana pasada han enfurecido a algunos movimientos sociales, artistas e intelectuales.
Pero nada de eso se ha traducido al momento en muestras de apoyo a Rousseff, cuyos índices de aprobación llegaban apenas al 10% en los meses anteriores a su suspensión.
Tampoco está claro si el PT y sus sindicatos adictos podrán movilizar a mucha gente o realizar huelgas que cambien la relación de fuerzas.
La popularidad del partido se ha reducido en 13 años de gobierno en medio de la investigación de sobornos multimillonarios en la petrolera estatal Petrobras.
Sin embargo, parece difícil que Rousseff renuncie.
“Resistirá hasta último momento”, dijo Alexandre Barros, consultor político en Brasilia. Agregó que su única estrategia viable parece ser la esperar a ver qué pasa.
Y entonces “la echarán a patadas”, dijo Barros.